martes, 29 de septiembre de 2009

LOS GORILAS SON LOS DOS.

En Tegucigalpa habitan aproximadamente un millón doscientos mil personas; ninguna de las manifestaciones, ya sea de los grupos a favor o en contra del golpe de estado o del presidente depuesto, logra una cifra representativa a nivel de habitantes capitalinos, mucho menos a escala nacional en el hermano país.

A mi manera de ver, el sentir popular en Honduras, ya no está ligado a intereses ideológicos, ni a la persona a quien le corresponda estar sentado en la tan adulada silla presidencial, ya no importa tampoco quien tiró la primera piedra, lo que importa es que la crisis se termine, lo que importa es la alimentación de los hijos, la seguridad, la posibilidad de ser libre dentro de la ciudad; las preocupaciones básicas, derechos constitucionales de los cuales el principal responsable de garantizar es el gobierno, quien hoy está completamente concentrado en mantener su poder –conseguido a través de la fuerza militar- a toda costa.

La silla presidencial de Honduras se ha vuelto la razón única del actuar de los dos protagonistas de este capítulo jurásico, el capricho más caro que se ha pagado a dos contendientes de su posesión. Quien lo paga es precisamente la gente, quienes en su mayoría probablemente ya no están a favor de ninguno de los lados, esta mayoría representa al estado, es decir, para quien trabajan –o deberían trabajar- tanto el presidente depuesto, como el presidente de facto.

Uno, con los partidos políticos, el poder judicial, la empresa privada, hasta la iglesia a su favor; el otro, con toda la comunidad internacional encabezada por el ALBA, se miran fijamente a los ojos uno a otro mientras jalan de la cuerda que los llevará al precipicio si el otro tira con mayor fuerza, si se muestra alguna debilidad, no dirigen la mirada hacia ningún otro lado mientras tiran la cuerda sin importar que ésta ceda ante la presión y se rompa; esta cuerda tiene nombre, se llama población hondureña, y sea cual sea el resultado del juego que llevan a cabo estos dos, que hoy ambos son gorilas, la cuerda resultará sumamente debilitada, esperemos que no se rompa, la cuerda es la víctima, por eso a la cuerda ya no le interesan las posiciones.

Tanto Zelaya como Micheletti deberían terminar en prisión, ambos han violado la constitución, el primero hasta perdió su legitimes como hondureño, el otro revivió al fantasma de las intervenciones militares para imponer regimenes, y ambos han incumplido su principal compromiso como “presidente” de la nación, que es garantizar el bienestar de la población, gobernar para ellos, no para sí mismos, como lo hacen al procurar mantener el poder a fuerza de excusas, llámense “consulta sin carácter vinculante” o “destitución constitucional”.

Para colmo, haciendo lujo de su incompetencia, no se dan cuenta como ellos mutuamente se hacen el favor: primero Mel estaba siendo abandonado por la comunidad internacional y por todo su estado, cuando aparece el viejito canoso con golpe de estado, formando un mártir de su enemigo; y hoy, en pleno apoyo al ranchero abandonado, viene él y se mete a Honduras, interrumpiendo el proceso de diálogo y negociación, provocando tanto a su contrarios como a sus contras, prolongando y dificultando la situación del país, regresando a la guerra, estirando más la cuerda.

jueves, 17 de septiembre de 2009

TOLERANCIA

Tras iniciativa del movimiento de Pericos y Pericas "Desarmemos la Violencia" se pretende reflexionar acerca de palabras claves, está vez es la palabra "Tolerancia" y acá mi pequeño aporte...


El problema con la tolerancia es esto de la dirección a quien deberá ser considerada, y el nivel que corresponde a quien sea considerada: ¿Podemos ser tolerantes? Pues para mí es que “tenemos” que ser tolerantes, pero como dije, es cuestión de saber con quién es que hay que serlo y en qué nivel.

Las maras, por ejemplo: ¿Qué historial criminal podrá tener un tipo que ha entrado a la mara a sus 35 años, luego de haber sido despedido de su trabajo -donde pudo haber cargado bultos para un camión- por faltas al trabajo e irresponsabilidad dentro de éste, y luego pensó que es más fácil el dinero conseguido a través de lo que la mara le pueda financiar, con sus debidas implicaciones? Pues el mismo historial criminal podrá tener un joven de dieciocho años que entró a la mara después de cansarse de la escuela, abandonarla y darse cuenta del mundo y las posibilidades que le “abre” el entorno de las pandillas.

¿Con quién debemos ser tolerantes? O en estos dos casos, ¿con cuál debemos tener mayor o menor grado de tolerancia? (¿o cero?)

Creo que la tolerancia está ligada a las responsabilidades y oportunidades que han tenido las personas, me refiero también a las oportunidades que se cortan debido a la desinformación que puede existir, o la información comprometida que venden algunos medios.

La costumbres comunitarias, el haber nacido vulnerado -muchos nacen en este ambiente de violencia o de riesgo y no tienen capacidad de ver que hay otra manera de vivir, más segura, más sana, sencillamente es algo “normal” que muera cierta cantidad de gente diaria- a esto agregarle la falta de programas de concienciación respecto al nivel de vida, y luego la alta invasión gringa que tenemos (las maras son un virus que adquirimos en EEUU y lo hemos traído al país) logra un resultado de violencia como éste en el que vivimos.

No estoy dando excusas, es sólo que creo que para dirigir nuestra tolerancia, o para diferenciarla, debemos ver las raíces que generan los actos que nos cuesta tolerar, basándonos en las responsabilidades y oportunidades. Entonces, en ese sentido, creo que debemos ser menos tolerantes con los líderes políticos, quienes han tenido la mayor de las oportunidades y claramente tienen una alta responsabilidad en la creación de políticas y planes de combate a la violencia. Al punto, así como está el país, pareciera que esta tolerancia ya debe ser muy cerca de cero.

Conste, tampoco sugiero tolerancia hacia las maras, pues ahí hay detrás una guerra o competencia por poder que es absolutamente absurda, y en la que nos vemos envueltos como país, en medio de fuego cruzado, y nada, absolutamente nada justifica secuestrar la seguridad ciudadana, mucho menos en esta guerra importada, de moda, parasitaria.

Las pandillas merecen poca tolerancia también por su responsabilidad al ser ejecutores de violencia, además, si es cierto que hay grupos que buscan ya conciliación, es por que ya existe una conciencia sub-urbana, es por que ya ha habido personas y grupos que les han llegado a atender, que se han preocupado por brindarles una oportunidad, muy baja, pero ya la tienen. Sin embargo, nuestra tolerancia deberá ser menor con los primeros mencionados.

Me quedo hasta acá, y les suelto la interrogante ¿En qué momento la tolerancia debe ser cero?

Uds. Dirán.

viernes, 4 de septiembre de 2009

BERRINCHES DEL PASADO

Hay un buen problema si se confunde un bien nacional con uno local -o peor aún, con un bien de partido- y se negocian millones para centralizar proyectos municipales cuando bien pudiesen estar distribuidos en varios planes a lo largo del interior del país.

Cada problemática que enfrentamos es importante, y en este país todas son urgentes, pero si establecemos prioridades no hay manera de compartir puestos en una escala jerárquica de objetivos.

El metrobús es importante –entre otras cosas- en el sentido que es una iniciativa para empezar a restarle poder al sistema de transporte urbano actual, sobre todo a nivel capitalino, donde se ha vuelto una relación mutualista-parasitaria entre buseros y estado, pues ambos se benefician del otro, pero los beneficios no son equivalentes, pues el servicio que prestan los primeros es deficiente, agregar el caos derivado de la anarquía que manifiestan, y para colmo, los que no somos usuarios debemos sacrificar nuestro bolsillo subsidiándoles combustible para que ellos no sacrifiquen sus ganancias; los perjuicios tampoco son equivalentes, pues a nivel estatal, los transportistas están protegidos por un grupo cerrado en la Asamblea Legislativa. Vale decir que el metrobús también tiene muchas contras, desde el hecho de haber sido un proyecto clave de campaña electoral de un municipio cuando éste no es viable si no se considera el área metropolitana entera, así como los peligros de importar un proyecto vial desde ciudades que sí cuentan con la infraestructura necesaria.

Las bóvedas son urgentes, he visitado la comunidad Nuevo Israel –donde pretenden comenzar el proyecto- y sé que las condiciones de vida en esa zona son muy deplorables, habitan en alto riesgo y la vulnerabilidad social es notoria. Sin embargo, en una escala de prioridades, o mejor dicho, siguiendo un orden lógico del proceso, es preciso comenzar la inversión en las cisternas de laminación propuestas para la zona de los centros comerciales en Antiguo Cuscatlán, que pretenden reducir los caudales que se distribuyen en varias venas hídricas que recorren toda la zona metropolitana –y que amenazan también a esta comunidad- y terminan en Cerrón Grande, es decir, este proyecto tiene un objetivo mayor y anterior a la bóveda Nuevo Israel; además, a medida que baje el caudal, también será de menor costo el trabajo en esta comunidad. De las bóvedas vale decir que si no se toma en serio la integralidad que debe llevar ese proyecto, será peor la medicina que la enfermedad.

Hay que tener cuidado de no tomar algo por capricho o por el peligro de caer en demagogia, negociar a través de un berrinche una posición bajo la amenaza de no ceder un solo voto para otros proyectos de país es un error grave que ya cometió una oposición inmadura años atrás ¿Qué no se supone que debían haber aprendido de esos errores, sobre todo cuando se fue el primer crítico a éstos?

En lo personal apoyo varios proyectos del alcalde capitalino, y su gestión me parece hasta el momento adecuada –claro, no creo que los alcaldes anteriores hayan poseído la misma fuente monetaria, no creo que lo elaborado hasta la fecha venga únicamente del presupuesto de la Municipalidad- Pero sí pienso que hay que atender a la lógica de estado –en cuanto a prioridades nacionales contra locales- así como la lógica de proyectos –primero cisternas, luego bóvedas- y desprenderse las líneas rígidas de partido que al ser desatendidas se vuelven caprichosas y generan ceguera, olvidando necesidades reales y dificultando la gobernabilidad.